12/25/2007

Ay

Al final pareciera que escribo para puro quejarme. Es Navidad y estoy medio bajoneada, lo que es natural dado que estoy a miles de kilómetros de mi gente. Y se viene el año nuevo... Releyendo el post de hace un año atrás, no lo he hecho tan mal después de todo. Me vine a Francia. Soy menos cobarde que hace un año atrás. He vuelto a la adolescencia. Pero no logro sentirme livianita. Arrastro cosas incluso a través de los miles de kilómetros. Amores truncos que todavía me duelen. Frustraciones y expectativas que no se cumplen ni se van a cumplir. Y la negra sensación de sentirse fuera. Una de mis grandes amigas se casó, y no estuve ahí. Otra va a tener guagua, y tampoco estaré ahi. Mi amor de infancia ya me olvidó por completo. Y es mamón decirlo, pero la suma de todas esas cosas me tiene bajada. Es como si al irme de Chile, simplemente hubiera desaparecido de la vida de muchos. Obviamente mi familia sigue al pie del cañón, y sé que es injusto quejarme así. Pero no sé. En algún punto siento que mis últimos días en Santiago fueron un error, y después me da rabia pensar eso. Pero los hechos me dan la razón. Quizás era verdad, es mejor no sentir demasiado, no arriesgarse, así simplemente uno se anestesia. Qué pena que sea así, que sea preferible dejar las grandes cosas para otros y quedarse sólo con lo mediocre. Pero no se puede andar por la vida creyendo que si se siente bien entonces es bueno. Es mejor cuando no se siente, ni bueno ni malo. Puede que ese sea un buen propósito de fin de año: alcanzar (¡por fin!) la indiferencia.

11/13/2007

Gato

Mi gato es probablemente de las cosas que más echo de menos de Chile. Mi cucho, cuchito, mamífero peludo, felino cuadrúpedo. Lo he tenido desde que tenía 17 años. Un día salí del colegio y me fui caminando a mi casa. En el mítico Roy (la botillería y panadería de la esquina de la Alianza) había un grupo de gente que se acercaba a algo haciendo ruiditos enternecidos, onda ¡¡awwwwww!! Pero cuando ya estaban bien cerca se alejaban haciendo muecas de asco. Fui a ver qué era, y ahí en el suelo había un gatito precioso, peludo, blanquito entero, de ojitos amarillos y orejas rosadas. Tenía un collar antipulgas también rosado. Pero al mirarlo mejor vi por qué la gente se alejaba asqueada. El pobre cuchito tenía una diarrea de los mil demonios, tenía las patas traseras y la cola totalmente peladas por la misma diarrea ácida, y los pelos alrededor pegoteados de mierda. El ano estaba tan inflamado que salía hacia afuera, como dado vuelta. Y el gato estaba tan deshidratado que tenía ojeras, pliegues profundos de piel bajo los ojos. Miraba con ansiedad al que se acercara, maullando, como pidiendo auxilio. Así que lo tomé (un poco de lejitos, igual olía a rayos) y me lo llevé en brazos a mi casa. Mi mamá casi me mata cuando vio que venía con un animal: nuestro departamento no era tan grande, y un animal siempre es un cacho. Pedí por favor que me dejaran tenerlo hasta que se mejorara, lo llevé al veterinario, le di sus antibióticos, etc. Pero cuando se mejoró, ya nadie sugirió siquiera echarlo a la calle. Se puso precioso: tenía una cola peludísima, y un collar de pelos largos que parecían melena. Lo bauticé Gato, porque en algún lugar leí de alguien que nombraba así a su gato, total igual no venía cuando lo llamaban por su nombre.

Cuando creció no lo quise castrar, me daba pena. Resultó ser una pésima idea: el Gato no podía salir, vivíamos en un cuarto piso (y luego en un piso 13). Y con las turbulencias de la adolescencia el Gato se puso maniático. Mi peluche de leopardo fue violado en múltiples ocasiones. Pero lo peor vino cuando tenía dos años: le dio por atacar a los niños. La hija de una amiga de mi mamá, de 6 años, lo empezó a perseguir en cuatro patas, maullando. El Gato se le echó encima y casi no le dejó cara. La niñita terminó en la clínica, ensangrentada hasta los tobillos. Después de eso el Gato trató de atacar a mi sobrina (de dos añitos en esa época). Ahí yo lo contuve aplastándolo contra el suelo, y me mordió fuertísimo. Todavía tengo la cicatriz.

La consecuencia lógica fue castrarlo. Esperábamos que la falta de testosterona lo pacificara. Algo de eso pasó, pero no 100%. Una vez atacó a mi amiga Witch, que lo tuvo que sacar de la pieza a cojinazos.

El Gato siempre ha estado conmigo, hemos desarrollado una relación bastante cercana. En invierno dormíamos abrazados. Él rasguñaba las sábanas hasta que yo lo dejaba entrar, se estiraba a lo largo de mi cuerpo y pasaba una pata por arriba mío, usando mi hombro o mi brazo de almohada. Se dejaba bañar por mí (con los pelos mojados parecía una asquerosa lombriz rosada), yo lo usaba de almohada a veces, me lo colgaba del cuello como una bufanda, le mordía las orejas… Él se echaba arriba de cualquier cosa que yo estuviera leyendo, dormía arriba mío, me ponía la pata despacito en la cara mientras me miraba fijo. Cuando me puse a vivir con mi pololo de la época, le advertí que en jerarquía el Gato pasaba primero. A él no le gustaban los gatos, pero se encariñó con él, tanto que me ofreció cuidármelo cuando me vine a Paris. Y eso que alegaba siempre porque andaba lleno de pelos blancos. Una vez se estaba duchando y gritó:”¡¡tengo pelos de gato hasta en la corneta!!!” Y lo peor es que era cierto…

El Gato no es cualquier gato. Maúlla para que le den agua en la tina, un chorrito delgado pero continuo. Y si no, no toma agua. Odia la comida Whiskas, no le gusta la comida de humano (yo comía con él ovillado en mi falda, y ni siquiera trataba de meter la nariz en mi plato) pero le gusta comer aceitunas y zanahorias. A veces ve fantasmas, se eriza y bufa en contra de algo invisible, y después se escapa corriendo (dejándome a mí en un estado de paranoia increíble y al borde del infarto). Se come los elásticos, hilachas y cintas de regalo. Y después caga los mojones hilados como un collar.

Cuando ya mi viaje fue una realidad, muchas veces me puse a llorar de puro mirar a mi gato ronroneando al lado mío. Fue lejos lo que más me dolió dejar. Total, con mi familia y amigos puedo hablar, mandar mails, chatear… Pero él está lejos de mi alcance. Mi mamá se lo llevó a vivir a Tongoy. Al parecer está contento. Sale al patio, se junta con otros gatos… Por primera vez en sus once años vive como un gato. Huele las flores, persigue pájaros. Duerme a veces arriba de una frazada que era mía, y la huele por mucho rato. Supongo que en su mente de gato me echa de menos, a su manera. Yo acá a veces me despierto en la noche y estiro las piernas, lo busco en mi cama. Pero ya no lo encuentro.

10/08/2007

Polaroids del viaje

El día de mi partida estaba muerta de angustia. Pero por suerte para mí, el hombre que me acompañaba logró tranquilizarme. “Eché todas tus gotas en tu cartera”, me dijo. Y supe que de alguna manera todo estaba bien, que en ese minuto él estaba a cargo. Y pude llorar un ratito escondida en su cuello.



Cerca de Notre Dame hay una placita escondida, con flores, pasto y árboles altos. Miro a una gaviota que se comporta de manera extraña. Cerca de mí hay un hombre joven, vestido con ropas sueltas de algodón violeta. Está rapado a excepción de un penacho sobre el cráneo. Juega con una bola de vidrio, trata de pasársela de una mano a otra. No le resulta mucho, se pone nervioso cuando lo miro, se apura y la bola se le cae una y otra vez. Pero hay algunos pequeños momentos en que lo logra, y la bola transparente parece flotar, se transforma en burbuja frágil, apenas rozada por sus dedos finos.



Con Barbaridad comemos en un restaurant griego. Un ratón chiquitito corre entre las mesas. Es apenas una manchita en las baldosas. Se esconde debajo de la base de una mesa y asoma su hociquito nervioso, sin atreverse siquiera a sacar la cabeza completa. Me dan ganas de darle un pedazo de mi kebab, pero decido que no es una buena idea.



Paseo por el Jardin des Tuileries. Me quedo mirando a una gaviota que nada cerca de la orilla de la fuente. Una pareja le tira pedazos de pan, pero ella no se atreve a acercarse tanto, y mira el pan con desconfianza. Del fondo del agua turbia suben unos peces enormes, blanquecinos, completamente inesperados. Agitan la superficie y se comen todo el pan. La gaviota parece desilusionada.



Caminando frente a la Préfecture veo varias tiendas de plantas. Hay orquídeas de muchas variedades, y plantas carnívoras, mucho más chicas de lo que yo imaginaba. Me entretengo rozando las hojas de la sensitiva para ver cómo se repliegan sobre sí mismas, y tocando con el tallo de una hoja el frágil interior de una planta carnívora para verla cerrarse con cierta violencia. Todo clandestino, si el dueño de la tienda me ve me expongo a un reto en francés.



Con la Chasca recorremos el Marché aux Puces. En una casa vieja, cubierta de hiedras, hay animales embalsamados. Una jirafa mira con ojos fijos, recostada sobre su flanco. A su lado, en una cercanía imposible en la naturaleza, descansa un león con la melena un poco apolillada. Un oso polar nos amenaza convertido en alfombra, y su primo el oso pardo también trata de hacer lo mismo, pero como la alfombra está doblada el efecto no es muy parecido. Un zorro ártico parece dormir entre la nieve, con el hocico cubierto por su cola peluda. Un visón parece estar a punto de saltar arriba de uno de los sillones. Detrás de todos los animales hay una réplica de cráneo de Tiranosaurio. Varios lémures están fijos como si los hubieran congelado en medio de una carrera, sus caras expresando una eterna sorpresa de primate.



En la Ciudad Luz, cuando es de noche, no se ven las estrellas.

9/09/2007

Regalos


Ya me quedan sólo 10 días en Chile. Y me estoy despidiendo de a poco, mirando mucho las cosas a mi alrededor para grabarlas en mi mente. Voy atesorando estos pequeños regalos, que van a ser los que me mantengan firme en Francia, porque sé que tengo donde volver si quiero. Santiago se ha puesto tan lindo... está en su mejor época. Las calles están llenas de flores de aromo, durazno,ciruelo, jazmín, almendro, dedales de oro... Siempre me ha gustado el color de los árboles cuando le empiezan a brotar hojas verde claro. Los cerros están cubiertos de pasto cortito y ya hace un poco más de calor. Ando olfateando todo, tocando todo. Hoy comí empanadas del Ambassador y chicha de Curacaví, dulce y con gorgoritos. He comido más piñones que nunca, dejándome las uñas asquerosas y un sabor suave y harinoso en la boca. He visto a mis amigos con otros ojos, me he despedido ya de algunos que no voy a volver a ver en mucho tiempo y que no veía hace mucho tiempo también. He abrazado a mis sobrinas y he botado miles de cosas que no servían y que eran puro bulto. Me voy sólo con cosas nuevas, para empezar otra etapa. Me operé los ojos, ya no necesito artefactos para ver claro. Siento una sensación rara, algo así como "ahora sí que sí", que sólo vienen cosas buenas. Quizás es sólo manía pre-viaje, pero igual. Insisto en comer comida chilena, asados y ceviches para hacerle frente a las baguettes y a los camembert que vendrán.Y disfruto. Mucho. El Viernes hice una despedida. Lo pasé increíble, a pesar de que por una extraña conjunción de astros faltaron algunas personas muy queridas. Logré sentirme como a los 15, coqueteándole hasta a los maceteros en una actitud suavemente histérica pero muy entretenida. Fue hasta McDreamy a verme, cosa que me emocionó hasta las lágrimas, literalmente. Pero lo más increíble vino después. Vino a verme mi amor de básica, ese niño inalcanzable que me gustó desde primero hasta sexto y que nunca me dio mucha pelota. Nos reencontramos hace poco, hemos hablado largas horas, y claramente ya no es el niño que me gustaba. Es un hombre muy dulce, que me gusta igual. Y me atreví (al fin) a decirle que me gustaba, sabiendo que nada tiene futuro. Sólo por eltremendo placer de que por fin algo resultara entre nosotros. Ese ha sido el regalo más enorme, darme la oportunidad de encontrarlo en este final de camino. Y estoy contenta. No se podía pedir una mejor despedida.


Yo ya me voy
al puerto donde se halla
la barca de oro
que habrá de conducirme
yo ya me voy,
sólo vengo a despedirme,
adiós mujer,
adiós para siempre, adiós.


No volverán
tus ojos a mirarme
ni tus oídos
escucharán mi canto
voy a llenar
los mares con mi llanto,
adiós mujer,
adiós para siempre, adiós



(Esta es una canción de Santa Sangre, de Jodorowsky, que no me puedo sacar de la cabeza).

7/23/2007

Tongoy, te amo

Estoy aquí, en Tongoy. Mi paraíso personal en esta Tierra. Hay un sol tibio que entra por la ventana, el cielo está azul sin rastro de nubes, el mar brilla justo afuera de la terraza. Ningún otro lugar me hace tan feliz. El olor de este pueblo es único. Afuera cantan los picaflores que vienen a comerse el néctar de las flores del eucaliptus del patio, y el marido de mi mamá grita furioso porque un huairavo hizo nido en ese mismo eucaliptus y le acaba de cagar la chaqueta. Me río, le pido que deje al huairavo tranquilo.


Yo he venido aquí desde chica. Entonces decía que Tongoy era la casa del Sol, porque nunca estaba nublado. Veníamos en familión, los pololos de mis hermanas (actuales maridos) dormían en carpas en el patio, y tenían que echar Tanax alrededor de las carpas. A la mañana siguiente amanecían rodeados de una línea negra de alacranes muertos. Estaba lleno de zancudos y en la Playa Larga había que meterse con chalas al agua para no cortarse con las machas. Con mi papá descubrimos un estero oculto entre las dunas y pescábamos lisas que tenían sabor a barro. Hubo unos cuantos años en los que no pude venir, pero siempre sentí que las verdaderas vacaciones, el verdadero relajo sólo se encontraban aquí. Apenas tuve 18 empecé a venir para acá con mis amigas, ya no dependía de mi familia. Ya no habían alacranes, ni tantos zancudos. Tampoco quedaban machas, y el estero oculto ahora se veía desde la playa y era un conocido humedal. Mucho carrete, amores inolvidables (Hombre Fértil, Tallarín Salsero...). Y me reencontré con este pueblo que sale tan mal en fotos pero que se ve tan lindo. Es extraño: cuando uno saca fotos al pueblo directamente se ve todo tan pobre, tan venido a menos, tan chico. Pero estando ahí parada en medio de las calles polvorientas hay algo en la luz que hace que el pueblo brille. El mar no cabe en ninguna foto, lleno de reflejos plateados que incluso encandilan. Y el cielo es enorme, azulísimo. Hay vida por todos lados. Se adivina la vida oscura de los animales marinos ocultos por apenas un velo de agua, se nota en la cantidad de pájaros en la playa y en los árboles.

La otra noche fuimos al muelle. El agua estaba transparente y se veía clarito un cardúmen de sardinas. Saltaban fuera del agua como flechitas plateadas, reflejando las luces del pueblo. Un pingüino nadaba bajo el agua, fantasmal, como si volara. Incluso vimos una agitación en el cardúmen y luego salió del agua oscura y profunda una sierra bastante grande, que pasó como una lanza y desapareció, seguramente comiéndose una sardina no muy afortunada.

Las vacaciones en Tongoy son realmente vacaciones. El auto queda relegado, y la preocupación del día es ponerse de acuerdo en qué vamos a comer de almuerzo. El único evento es la feria de los Viernes y Lunes. Hay de todo: desde calzones y calzoncillos Gelvin Kelvin hasta Playstations piratas y bototos Gat (sí, Gat...), pasando por las verduras más exquisitas y las cebollas en escabeche. Y lo mejor: mi Señor de los Anillos y sus joyas. Mientras estuve con mi pololo apenas podíamos nos arrancábamos a Tongoy. Yo pensaba que su recuerdo iba a quedar indisolublemente unido a Tongoy, mal que mal en esa península es donde más felices fuimos. Pero no: mi relación con este lugar es exclusiva, no cabe nadie más. Ni siquiera me daba para pensar en él, ni en nadie más. Siempre me da una emoción mezcla de alegría y nostalgia anticipada venir por el camino desde la carretera y ver aparecer la península, preciosa en medio del mar. Con mayor razón ahora, que la nostalgia me pone literalmente la piel de gallina. Tengo la extrañísima sensación de que mi viaje a Francia se va a prolongar, y que estas vacaciones de invierno son mi despedida. Así que me lo gocé. Caminé por la playa buscando conchitas, mojándome los pies. Respiré a fondo el olor dulce de las docas. Me estiré como una lagartija en la arena para exponerme lo más posible al sol. Me di varias vueltas a la isla para grabarme cada centímetro en la memoria. Da lo mismo donde esté y donde vaya, Tongoy es mi lugar más querido. Es aquí donde está la paz para mí.

6/22/2007

Paris, je t'aime


Miedo. Cuando una hace las cosas dándoselas de valiente, a veces no hay vuelta atrás. Y eso es justo lo que me pasó. Tanto proyecto de año nuevo, tanto dármelas de superada y de decir que nada me retiene aquí... Me salió. Me gané una beca. La beca AlBan, nada menos. Y me aceptaron en la universidad en París. O sea que me voy. Y luego. Supuestamente tengo que estar allá en Septiembre, para buscar un depto por dos años, que seguramente va a ser un sucucho en un piso 19 sin ascensor, de 9 metros cuadrados y que va a costar lo mismo que un loft de 120 metros cuadrados en Providencia. Me muero de miedo.
Sí, ya sé, es el sueño del pibe, vivir y estudiar en París, dármelas de bohemia intelectual, caminar a orillas del Sena y comerme una baguette debajito de la Tour Eiffel. Pero eso implica dejar todo lo que es mío, mis amigos, mi familia, mis fallidos amores, mis libros y mi gato. Créanlo o no, el gato es todo un tema. Ha estado conmigo por más de 11 años, y sé que va a ser el que más va a sufrir con mi partida. Y además me voy sola. SOLA. Por primera vez en mi vida.
He estado bloqueadísima con el tema. Por eso ni había intentado escribir e incluso ahora se me hace cuesta arriba. No sé qué me da más horror: si irme o quedarme. Porque irme es empezar de nuevo, cuando ya tengo una vida bastante cómoda armada acá. Pero me da terror que me digan que no, que en realidad me faltó un papel, que no alcancé a sacar la visa y me tuve que quedar en Chile. De alguna retorcida manera siento que irme es el único camino que me queda. Es como una sensación de ahora o nunca, de única salida. Si me quedo acá es un poco más de lo mismo, que dada mi situación actual es lejos lo menos motivante que hay. Mis amores son todos un desastre. Mi pega no me llena. ¿Pero y si allá es lo mismo? Todos tienen la idea romántica de que es cosa de cruzar el charco para tener la vida soñada, que va a estar lleno de clones de Johnny Depp jurándole amor al estilo Pepe Le Pouf bajo el Arco de Triunfo a cuanta mujer latina se aparezca por allá. Pero en todas partes se cuecen habas. O sea, es posible que sea más de lo mismo, pero en otro idioma y sin el inestimable consuelo de mi gente.
Ya es un desgaste enorme reducir mi mundo a unas cuantas cajitas lo más livianas posible. Todo para irme a la incertidumbre. Sé que suena como si no me quisiera ir, pero es el día. Otras veces sueño con que mi vida será la repetición exacta de "Amélie", y fantaseo con andar en el carrusel abajito del Sacré Coeur, comprarme cosas en los Marché aux Puces, leer en algún parque perdido. Y pienso que si los problemas son los mismos, siempre es más glamoroso quejarse y condolerse a orillas del Sena que del Mapocho.
Por último ya está, ya no hay excusa. Si me gustaba hacerme la valiente, ahora es cuándo. Sólo me queda cruzar los dedos y tirarme de piquero en la idea de una "Soupe à l'oignon" en Montparnasse.

"On se croît enculé d'un centimètre et on l'est déjà de plusieurs mètres"

5/21/2007

Kinky


Estoy aburrida. No pasa nada muy emocionante hace rato, mi jipi no ha vuelto a Santiago y ya estoy que corto las huinchas. Y claro, no hay como el aburrimiento
para poner a funcionar mi ociosa y perversa mente. Hoy, en plena sed de mall y con la devolución de impuestos aún calientita en el bolsillo, partí al Parque Arauco. Fui al paraíso de la ropa interior ("Womens secret") y los ví: unos sostenes preciosos, de puta barata pero que costaban lo que gana una puta cara. Me los probé y no lo pude creer: era lo más parecido a un sostén sadomaso que he visto en mi vida, tipo bondage. Y con unas inocentes cintitas plateadas adornando, lejos lo más perverso que hay. Y claro, me los compré. Seguí de shopping, hasta que encontré un lindo abrigo color morado. Me cruza muy bien, y no deja ver nada de lo que hay abajo. Entonces, con mi mente calenturienta y exacerbada, ideé el siguiente plan.

La idea es como sigue:

El Viernes llego de mi pega y procedo a un extreme makeover. Me pongo mis medias hasta la mitad del muslo, mis botas de taco, unos calzones que se amarran a los lados (con cintitas, todo muy fetiche) y mis sostenes nuevos. Encima de todo esto mi abrigo morado. Y parto (creo que por esta vez en taxi en vez de metro, un agarrón Transantiago podría tener consecuencias funestas) a buscar a McDreamy a su pega. Todo muy normal, le pido que me traiga a mi hogar, lo invito a tomar té. Y una vez aquí y sin previo aviso, vuela el abrigo. La velada incluye amarras y demases. Como ven, estoy más que necesitada de emociones fuertes. Y claro, de ahí les cuento qué tal. Porque siempre está la posibilidad de que todo falle. Que él no pueda. Que me saque el abrigo y él simplemente se ría. O salga corriendo. Mil cosas así. Pero la que no se arriesga no cruza el río. Y hasta la humillación más absoluta es al menos una emoción fuerte.

4/16/2007

El Señor de los Anillos

Ando con cierto regusto feliz en la boca, a pesar del stress y de que odio a los niños y soy profesora de básica en este momento. Hace unos días me reencontré con mi jipi. La historia partió hace muchos años atrás, cuando yo era casi una niña. Veraneando conocí al jipi más lindo del planeta. Alto, flaquito, de enormes manos curtidas, con una cara preciosa y el pelo largo. Y para coronar tanta maravilla, un suave acento extranjero. No es por sacar pica, pero se parecía bastante al caballero que me ilustra el post, aunque con ojitos color caramelo. Yo me ponía nerviosa cada vez que lo veía vendiendo sus joyas, me gasté el presupuesto familiar en aros y collares para tener al menos una excusa para quedarme como idiotizada frente a su puesto durante horas. Un día me vendió un anillo con una enorme amatista, pero que me quedaba un poco chico.


Yo ya me devolvía a Santiago, así que nos pusimos de acuerdo: él me iba a llamar cuando viniera a la capital, para así arreglarme el famoso anillo. Vino, le llevé la joyita, y cuando la fui a buscar él me acompañó al auto y me dio el primer beso. Casi me morí de la emoción: llevaba años esperando ese momento. Y bueno, nos juntamos esa noche y algunas más, donde nos revolcamos con bastante brío. Pero como todo en la vida, la relación se enfrió. Yo me puse a pololear, y no volvió a pasar nada entre nosotros por años. Siempre que veraneaba lo veía, pero como amigos nada más.


Este año fue distinto. Yo ya no estoy pololeando, y quería retomar el romance. Así que me la jugué: iba a ver su puesto con mis mejores push-up, esos que me dejan las pechugas como misiles. Me gustó un anillo con una tremenda piedrota de pirita engastada en plata, bellísimo. Y se lo compré. Pero el último día yo no tenía plata, así que me dijo que me lo llevara, que me lo cobraba en Santiago. Qué me han dicho. Nuevamente tenía asegurado a mi Señor de los Anillos.


Y llegó el día. Lo esperaba lista, con mi mejor ropa interior, esa que es suavecita y transparente. Me di un baño de tina con aceite de chocolate para que quisiera morderme entera. Me eché mis cremas más satinadas para que su mano resbalara por mi piel sin encontrar obstáculos. Me pinté discretamente, con enormes pestañas negras y labios apenas brillantes. Me lavé el pelo con una crema de manzana para tenerlo brillante y olorosito. Apenas una gota de perfume detrás de las orejas. Nada fue dejado al azar: polera negra que se resbalaba por mis hombros (sé que le gusta cómo me veo de negro), pantalones nuevos, pies descalzos. Me volaban enjambres de mariposas en el estómago. Cuando sonó el citófono sentí las piernas débiles. Pero apenas le abrí la puerta me tranquilicé. Jugaba en mi propio terreno. Nos fuimos a la pieza, nos sentamos a los pies de la cama a conversar. Estábamos a pocos centímetros de distancia, sin tocarnos. Le dije que estaba sola, que había terminado con mi pareja. Fue entonces cuando estiró su mano, su enorme mano áspera, y corrió un mechón de pelo de mi cuello. Estiré la cabeza hacia atrás, para dejar el máximo de piel expuesta. Sus labios siguieron a sus dedos, rozando apenas esa piel delgada entre el hombro y el cuello. Me mordió despacito, haciéndome cosquillas. Después más fuerte, dolía un poco. Yo pasaba mis dedos por su pelo fino, aspirando su olor de madera y humo. Echaba de menos ese olor dulce. Sus besos asfixiantes. Nos recostamos en la cama, casi ni miró los encajes, sólo buscaba mi carne que se desbordaba para encontrarse con sus manos. La ropa voló en segundos. Ya se me había olvidado ese lunar en su cadera derecha, un puntito oscuro sobre la piel tensada por el hueso. Porque mi hombre es flaco. Deliciosamente flaco. Su piel suavecita y lampiña apenas cubre sus huesos. Es como una pluma morena. Mordí con entusiasmo su cadera, si hubiera podido le habría quitado de un sólo mordisco su lunar. Me abrazaba con fuerza, con sus brazos largos y musculosos, incongruentes en ese cuerpecito frágil. Y de nuevo sus manos, lejos lo que más me gusta de él. Manos oscuras, llenas de cicatrices, toscas, de dedos anchos y romos. Me murmuraba secretos al oído, yo gritaba en el suyo. Al terminar, transpirados y felices, vi en el espejo que el rimel se me había corrido entero. Me gustó que fuera así, me gustó verme la cara roja, con el maquillaje corrido, el pelo enredado.


Hablamos por horas, tendidos sin ropa sobre mi cama. Yo le hacía cariño en uno de sus pies, flaco y largo como él, lleno de nervaduras que yo recorría sin descanso con un sólo dedo. Me gustan sus historias de hombre vivido (tiene 44 años, y cuando yo aprendía a hablar él ya recorría solo la selva colombiana). Y fue tan fácil que él estirara la mano y apretara entre sus dedos enormes la punta rosada de uno de mis pezones. Vuelta a empezar. Me dan escalofríos de sólo pensar en su piel oscura contra mi piel blanca.


Y eso fue lo que ahora me tiene contenta. No ha vuelto aún a Santiago, y lo único que quiero es que me suene el celular y sea él. Duermo con los dedos cruzados.

3/13/2007

David el Mago


Ya hablé en el Simi de las despedidas de soltera, desde un punto de vista más analítico. Acá vienen los hechos puros y duros (ni tan puros ni tan duros, pero en fin) de la mentada despedida de soltera. Yo andaba en un asadito, lejos de toda esta parafernalia. La Chasca andaba donde sus compañeras de colegio que la habían invitado a tomarse algo, todo bien inocente. En eso suena mi celular: la Chasca con voz de angustia me dice "¡¡¡¡Vente altiro, viene llegando un vedetto, necesito alcoholizarme!!!!" Y clac, cuelga. Qué me han dicho: rauda y veloz me fui del asado y atravesé Santiago en cinco minutos. Cuando llegué estaban todas en el living del depto, la Chasca con los ojitos chicos y brillantes después de haberse zampado como tres piscolas al seco, y David (alias "El Mago") hacía trucos de cartas... Raro, por decir lo menos. Es como si un vedetto se pusiera a jugar ajedrez delante tuyo. El vedetto, tal como pueden apreciar en la imagen, no estaba nada mal. No era Brad Pitt, pero yo me esperaba algo harto más sórdido. Agradable el shiquillo. Pero había un detalle: cual Marlene, nuestra starlet local, David andaba con su manager. Un viejo parado en la puerta del living, mirando la escena con cara de pocos amigos, muy a lo Peluche Dueñas, cuya función parecía ser evitar que nos sirviéramos al pobre David. Porque ni siquiera ayudaba con la pega de tramoya, que se tuvo que adjudicar una de las asistentes. Después de un buen rato haciendo trucos un tanto mulillas se desapareció en una de las piezas dejando tras de sí una pasosa estela de Axe Musk. Pasó un buen rato hasta que apareció ¡¡David, alias Neo de Matrix!! Onda con las luces apagadas pero las del pasillo prendidas, para dar "un efecto"(sic). Performance con abrigo y bototos, para luego sacarse el abrigo y ponerse a bailar en la cara de Chasca. Todas gritábamos, el conserje llamaba desesperado, David le avivaba la cueca a las más entusiastas (entre las que me cuento). En eso episodio de vergüenza ajena: David se tira de guata al suelo entre las dos hileras de sillas dispuestas para la ocasión, y empieza... ¡¡¡a hacer lagartijas!!! Uf, mal. En el climax de su acto, David se pegó el clásico tirón en los pantalones, quedó en zunga y se retiró. Todas estábamos con la mandíbula adolorida de tanto gritar y reirnos. En eso empieza una música romanticona (creo que Chayanne), y David sale nuevamente a escena, esta vez con una toalla blanca alrededor de la cintura y los sempiternos bototos negros. Aquí de frentón le puso el paquete en la cara a la semihorrorizada novia. Se echó cremita Simond's, para que Chasca la esparciera por su brillante torso. Y de repente suelta la toalla, se queda en colaless blanco, y sin decir agua va agarra a la Chasca, la levanta de la silla y se la encaja en la cadera. Mi amiga se quedó tiesa, como la gata de Pepe Le Pouf. Desde atrás yo veía cómo mi amiga estiraba la patita en un inútil intento por tocar el suelo y poder zafar. Casi me desmayo de la risa. Se podía escuchar bajito la súplica de mi amiga: "bájamebájamebájamebájamebájame... " Después de una serie de acrobacias la volvió a sentar en su silla, y volvió al nefando ejercicio de las lagartijas. Aj. Vuelta a desaparecer, para luego volver vestido y empezar a bailar con nosotras todos los éxitos del Axé. Mal, nadie se acordaba de las coreografías ni nada, asi que pedimos a gritos reggaetón, que por suerte andaba trayendo. Ahí se armó algo más la cosa, bien bailada, bien sobajeada. Se hizo la vaca de rigor para juntar algo más de plata y bailar un rato más, ya puro echando la tallita. Peluche Dueñas Junior estaba nervioso, se quería ir, así que David se fue. Y empezó el pelambre: "Alguien le debería decir que se echara un poco de autobronceante" "¡Y que cambie de desodorante a cualquiera que no sea Axe Musk!" "¿Alguien me puede explicar p0r qué usaba colaless blanco? Parecía que le hubiera sacado el colaless a la polola... mínimo rojo, o plateado, hasta leopardo sería mejor" "Y que para la otra se saque los bototos si va a aparecer en toalla..." En resumen lo pasamos chancho, pelamos de lo lindo, me tuve que llevar a Chasca casi a la rastra de lo ebria, y al día siguiente David aún nos acompañaba: toda nuestra ropa estaba fétida a Axe Musk y aceite Simond's.

1/22/2007

La vida del cesante


Hace unos cuantos fines de semana me fui con mi amiga Chasca y mi amiga CG a Mendoza. El tema partió surrealista. La CG se iba a ir desde Viña, y con la Chasca teniamos que trabajar el Viernes hasta la 1:30pm. El Jueves llamamos por teléfono para averiguar qué buses iban a Mendoza en la tarde. El lolito de Informaciones me dijo "O'Higgins, El Rápido, Andesmar, ssshiarr, Cata". ¿¿¿Qué??? "O'Higgins, El Rápido, Andesmar, Ssshiarr, Cata" Yaaaa.... Muertas de copucha de qué podría ser Sssshiarrr, partimos al terminal Santiago. Sssssshiarrr era "Chi-Ar", empresa mula de transportes que salió en Contacto por un rollo de unos pasaportes falsos y redes de delincuencia... yupi. Al final O'higgins nos convenía por horario, así que ahí nos fuimos. Era un minibus, a mí me tocó arriba de una rueda, donde había un fierro caliente que literalmente me quemó la pierna. El periplo empezó con un DVD de La Ley Unplugged (guac), siguó con Diego Torres Unplugged (más guac) y derivó finalmente a Maná Unplugged. Aquí yo pensé que ya era lo peor, pero no debí haber pensado eso. Porque después de una parada, vino la segunda parte: el chofer (un gordo argentinísimo, enfermo de puntudo) decidió que ya estaba bueno de aire acondicionado, abrió la escotilla y puso a Luismi, los boleros, a lo que se dice toda corneta. No sólo una vez, sino que 3 veces completas. Además el "sobrecargo", un chileno que se argentinizaba a pasos agigantados, cantaba a voz en cuello "Tú, la misma de ayeeer..." Horror. Con Chasca nos carcajeábamos en medio de los remolinos de viento de la escotilla. Llegamos al paso Los Libertadores. Vino el clásico trámite aduanero. En eso don Gordo Argentino nos hace sentar, y a voz en cuello nos dice que hay que pasarle propina al socio de las maletas. Y entonces saca un vasito plástico, con monedas, y las empieza a hacer sonar y a vociferar: "¡¡La moneditaaaa, la moneditaaaa!!" mientras pasaba por los asientos. Insólito. Al subirnos de nuevo al bus, vuelta a Luismi. Pero al parecer al cruzar la frontera su alma gaucha se inflamó de ardor y cambió al azteca por un compilado con lo más granado de la cumbia de allende Los Andes. Una tortura, seguida por Rock'N Roll (shubapabuduba-shuba-pa-pa, Tuttifrutti.....). Miscelánea la cosa. Y bueno, llegamos exhaustas al terminal, donde nos esperaba una llorosa CG, que juraba que llegábamos a las 8 pm y no entendía por qué eran las 11:30 y no aparecíamos. Igual, mal acompañada no estaba: había conocido un alemancito harto lindo. Y bueno, nos fuimos las tres al hotel, todo rico, día siguiente de shopping, perdimos a CG en acción, que se quedó con su germano. Pero lo mejor vino el Domingo. Nos fuimos (Chasca y yo) a las Termas de Cacheuta. Nos pasaron a buscar al hotel y nos tiraron altiro al circuito termal. Piscinita tibia, chorros fuertes, masajes de burbujitas (con familia de chilenos gritando el ceacheí, pero bueno...), baño de vapor, baño de barro (de ahi es la foto...) y chapoteo en las piscinas termales. Así hasta la hora de almuerzo (buffet, exquisito), siesta, masaje de relajación y vuelta al circuito. Todo perfecto. Aunque en el masaje, en el box de al lado, había una vieja depre que casi me corta los chakras. Onda "es que a mi edad nadie te da trabajo, nadie te pone atención, no me toqués esa cicatriz que me da impresión, es de una operación de hace 7 años, la pantorrilla tampoco, el otro día me miré en el espejo y me vi tan vieja, gorda, decadente, todo colgando, es horrible esto de la edad, he estado tan deprimida, bla, bla, bla..." Todo esto a voz en cuello, sin ningún segundo de respiro, en tono quejumbroso. Yo me empecé a poner tensa, ganas de gritarle "¡¡¡Cállate, viejuja!!!", pero me comporté. Por suerte la masajeadora le ordenó que se callara, y de ahí todo fue paz. Y bueno, todo este lujo digno de las cesantes que somos nos salió como 28 lucas por nuca, el dia completo. Paraíso al alcance de la mano. Así que ya junto dolarillos para volver a Cacheuta...

1/02/2007

Año Nuevo, la misma mierda



Suena pesimista. Es pesimista. Y es verdad. No sé qué nos lleva a dividir nuestra vida en años, como si el mero hecho de pasar del 31 de Diciembre a las 11:59 pm a un 1 de Enero a las 12:00 am fuera a redimirnos, volvernos mejores personas y darnos todo lo que nos falta. Pero igual queda esa sensación de alivio, de página en blanco. Y nos llenamos de listitas de "nunca más" y de "ahora sí que sí". Este año pasé el año nuevo con mi amiga Witch. Tengo que mencionarlo: odio los años nuevos. Esa obligación de pasarlo bien... Igual estuvo rico, terminamos en una fiestoca ochentera, yo al menos bailando como desatada. Al salir no habían taxis (brillante idea: salir en taxi para el año nuevo...) y caminamos por Pío Nono buscando algún medio de transporte válido. Todos curados, un tipo inconsciente cubierto de challas abrazado a un poste, unos punketas espectaculares, con los mohicanos más lindos que he visto por estos lares. Y nosotras con los pies adoloridos, pero al menos yo extrañamente feliz. Aún sabiendo que nada va a cambiar, igual está la esperanza de que este año va a ser mejor. No sé qué onda, pero el 2006 se caracterizó por ser un año intenso para algunos, francamente pésimo para muchos. Eso redobla las expectativas. Así que a mi pesar hice las famosas listitas.


Quiero:

- Irme a Francia


- Dejar de ser cobarde


- Volver a mi adolescencia: pasar de mino en mino, sin enamorarme, livianita como una pluma.


No quiero:


- Volver a ser cobarde (es mi tema recurrente y mi camino)


- Meterme en dramas


- Estancarme


Y sobre todo, quiero encontrarme a un minito como el de la foto a continuación, que me haga masajitos y otras cositas... No pido casi nada, ¿ven?