9/23/2006

La Abominable Mujer de las Nieves

Nunca he sido buena para los deportes. De hecho, los odio y me dan dolor de cabeza. La supuesta liberación de endorfinas es un mito para mí. Pero de vez en cuando caigo en el error y lo intento. Hace un par de semanas mi papá me invitó a ir a esquiar. No esquiaba hace 10 años, pero no sé por qué consideré que era una buena idea. La tortura empezó en el local de arriendo de equipo. Ninguna bota cruzaba mi no tan esbelta pantorrilla. La mina del local me apachurraba la pierna con toda su fuerza, y yo sentía cómo me latía el pie. Después de tratar por 20 minutos fuimos a otra parte. En todas pasó lo mismo. Yo me sentía monstruosa, un ballenato, un yeti cualquiera. Estaba al borde de las lágrimas, mientras mi pobre padre me consolaba diciéndome que no tenía las piernas tan gordas... Hasta que en el último lugar tenían botas para mí. Igual lata, cómo tanto, les juro que no tengo elefantiasis ni nada de eso, gordita pero nunca deforme. Bueno, supongo que las gordas no debemos esquiar. Una vez superado el trámite iniciamos la subida, donde obviamente me mareé. En Valle Nevado mi papá me engrupió con una cancha súper fácil, que quedaba bien arriba. Yo, ingenua, partí a la primera, sin ensayar en las canchas bajas. Al llegar arriba, cerca de la estratósfera, me di cuenta de la trampa. Claro, la cancha era fácil, pero para llegar a ella había que atravesar unas partes imposibles, con un ángulo de 90º. Me dio la indiada y me puse a insultar a mi padre por desubicado mientras trataba de bajar derrapando. Ese derrape hizo que todavía me duela la rodilla. En fin, llegando a la cancha fácil fue todo más benigno, hasta tener que tomar el andarivel de arrastre. Casi al llegar al final se me soltó el famoso platito que uno lleva entre las piernas, con lo que me caí en medio de la pista del andarivel. Mi papá pasó por el lado y me dijo "sube a pie". Gracias por la colaboración. Repté fuera del alcance de los esquiadores y me traté de sacar los esquís. No podía, pasé horas tratando, ya casi al borde de las lágrimas, mientras cada huevón que pasaba por mi lado me daba consejos contradictorios: "Sácate primero el esquí de más abajo", "Sácate primero el esquí de arriba", "No te saques los esquís". Yupi. Bueno, finalmente me los saqué, momento en el que tuve la desagradable revelación de que mis super pantalones de esquí no eran antideslizantes. Partí hecha una goma hacia abajo, de manera lo más indigna posible, dando un espectáculo impresionante. La gente en el andarivel hacía ruiditos tipo "Uuuuyyy" y "Aaaayyy". En un segundo de lucidez enterré un esquí en la nieve del lado, y así logré parar la caída. Traté de recomponer mi dignidad, pero fue imposible. Despatarrada, colgando de un esquí enterrado, lo vi llegar. Él, el Adonis de la montaña, el salvador, mi héroe de parka roja. Un patrulla. Se llamaba Juan. Con calma y fuerza me ayudó a pararme, a buscar mis esquís, a ponérmelos, paró el andarivel por mí. Yo aprovechaba de hacerme la linda, riéndome y coqueteando. Todo iba viento en popa hasta que me dijo textual: " Si no arreglas esta fijación TE LE VA A SALIR el esquí". Pensé que había oído mal, pero hubo reiteración de la falta: "En serio, si no ajustas esa fijación, al primer movimiento brusco TE LE VA A SALIR el esquí de todas maneras". Nadie es perfecto, ni siquiera mi superhéroe montañés. De ahí todo fue mejor, esquié bastante decentemente, y volví con la lesión de rigor como dudosa medalla de guerra. Y lo peor de todo es que volví a subir la semana siguiente. Pero esa ya es otra historia.

9/04/2006

El Cazador de Cocodrilos


No se puede estar toda la vida deprimida. Y hoy hubo algo que me levantó el ánimo y me hizo creer en la Justicia Divina, o al menos en la Ironía Cósmica. Murió Steve Irvin, uno de los personajes más despreciables de la televisión mundial. Sí, supuestamente era un conservacionista que amaba a los animales. Pero en realidad era un imbécil hiperventilado que lo único que lograba hacer era estresar y molestar a cuanto bicho se le cruzara. Envuelto en su sempiterno atuendo caqui, noqueaba cocodrilos, angustiaba cobras, perseguía escorpiones. Yo siempre rogaba por que algún animal reaccionara y lo hiciera papilla, para que aprendiera a respetar a esos animales que él decía querer tanto. Pero nada. Como la mala hierba se salvaba de picadas de serpiente, de mordiscos de cocodrilo, de tiburón, de congrio, de pejerrey, de lo que fuera. Cada vez más hiperventilado, cada vez más estúpido. Tanto así que le dio comida a un cocodrilote con un jurel en una mano y su hijo de un mes en la otra. Si ya me alegré cuando la elefanta casi aniquila al Bichólogo nacional, hoy no pude evitar reírme. Suena cruel, pero es lo que hay. Steve Irvin, el descerebrado que fue llevado a juicio por andar molestando a unas focas, pingüinos y ballenas en plena época reproductiva, murió atacado por una providencial mantarraya. Un sólo espolonazo directo al corazón, y chao. Claro, el tipo andaba nadando encima de este pescadote malas pulgas, tratando de agarrarlo. Murió en su ley. Y nos dio una importante lección: "No se puede ser tan imbécil y no pagarlo caro".



Steve Irvin, QEPD