11/13/2006

Cuentos


No puedo escribir de lo que me pasa. Todavía no lo puedo poner en palabras. Pero este pobre blog está descuidado, no lo actualizo hace mucho tiempo. Así que, dado que este es un espacio 100% autorreferente, quiero postear mis cuentos fallidos para Santiago en 100 palabras. No me he ganado ni siquiera una mísera mención honrosa, así que no deben ser muy buenos. Pero me gustan. Y se merecen una oportunidad...


Cuchito


Llora sentada en un banco, con una carta arrugada entre sus manos, los ojos fijos en el agua turbia del río. Un gato la observa desde el suelo. Al cabo de unos minutos ella le devuelve la mirada y tímidamente palmea tres veces su regazo. Tras una pequeña vacilación el gato salta, se acurruca, ronronea. La mujer pasa su mano helada por el tibio pelaje del animal. “Cuchito lindo” musita ella, esbozando una sonrisa. La mujer no lo sabe, pero el gato también se salvó ese día.



Santa Marta


Todavía está cómoda. Sus ojos oscuros y tranquilos brillan asomados entre la manta, sus deditos traslúcidos juegan con un rayo de luna. No hace mucho la dejaron ahí. Ya vendrá el hambre, el frío, los ojillos fosforescentes de las ratas. Y el llanto que inunda todo, ese maullido interminable de gatito herido, de guagua abandonada en el vertedero Santa Marta.


Tarde de Mall


Cerca del patio de comidas hay un pequeño coche negro. La gente cargada de bolsas pasa por el lado, sin verlo. De adentro se escucha un llanto ahogado y suave primero, desesperado después. La gente se arremolina, guardias de seguridad, quién dejó eso ahí, nadie sabe, llamen a Carabineros. Finalmente un guardia se lleva el coche y su bultito lloroso. Todo vuelve a la normalidad. Sólo queda una mujer que llora despacito en el baño, rogando por que alguna de las señoras rubias que pasean esa tarde por el mall se apiade y adopte a su niño.



El Baile


Santiago es nuestro escenario para una coreografía ciega. Bailamos a tientas entre las calles, buscándonos sin saberlo. Esta danza tácita le presta a la ciudad un brillo de ópera, la transforma en el decorado vivo de un montaje azaroso. Sin previo aviso una esquina nos reúne; cruzas la calle justo al frente de mi automóvil detenido, al prenderse las luces del cine veo que estás cuatro asientos más allá. Son estos fugaces instantes los que me hacen estar siempre atenta, no vaya a perderte en un reflejo de puerta giratoria.