10/25/2006

De Lota con Amor

Es difícil hacer esto, después del post de mi abuela casi que me siento una mala nieta al mezclarla con mis historias sórdidas. Pero bueno, o empiezo ahora o mejor borro este blog. Todo comenzó cuando decidí que mi carrera de científica no se condecía con mi natural inclinación hacia las artes (shiiiii) y decidí meterme a los cursos de teatro amateur de Fernando González. El primer día hubo una típica dinámica para conocernos entre compañeros. Y apenas lo ví, me gustó. No era guapo, pero tenía una cosa medio animal, algo así como el encanto proleta que seduce. Resultó ser un Lotino de tomo y lomo, cultor algo mula de las artes marciales. La atracción entre los dos fue bastante evidente desde el principio. En una junta después de clases en su casa de hecho hubo besuqueos varios interrumpidos cuando el Lotino se me puso demasiado puntudo y me trató de bajar los pantalones arriba de la mesa del comedor. Después de ese episodio el tema se distanció bastante. Él habló con una amiga mía, y le dijo que a pesar de que yo era tan simpática, rica, inteligente y "además estudia biología" (¡¡¿¿??!!), no quería "nada serio" conmigo porque yo era "sexualmente agresiva". ¿Qué tal? O sea, no sólo juró de guata que yo quería pololear, casarme y tener Lotinitos con él, sino que osó decir que yo era sexualmente agresiva cuando él me tiró arriba de una mesa y me trató de empelotar sin preguntar siquiera. Así que ahí me apesté, y no lo inflé por mucho rato. Hasta el día del examen final. Después de la celebración de rigor me pidió que nos fuéramos a su depto. Y allá fui. Y bueno, todo bien. Hasta que el tema se me puso de frentón surrealista. Como buen macho él no aceptaba que yo estuviera arriba. Así que obvio que me puse catete hasta conseguirlo, lo que se dice por huevear. Y en esa estaba cuando me toma de las caderas y grita a todo pulmón: "¡¡¡Goza, Goza!!!" Sintiéndome en una pésima película porno y aguantando la risa, seguí estoica no más. Ya con ese antecedente en carpeta, en la conversación post le pregunté por qué, si era obvio que él me gustaba y yo le gustaba, se había hecho de rogar al principio. Y aquí viene la segunda frase para el bronce: "Porque tú no te lo merecías". Y lo peor es que no era talla, lo decía síper en serio. Aquí sí que no me aguanté, y me reí a carcajadas. Cómo tan barsa. Lo que vino después es algo nebuloso. De lo único que me acuerdo bien es de cómo en medio del relajo, conversando, empezó a contarme que su ídolo era Bruce Lee. Pero no se quedó ahí. Vino toda una exposición de revistas sobre artes marciales donde salían fotos de Bruce, que como me enteré esa noche conoció a Brenda Lee en la Universidad de Nevada, y que en esa misma universidad unos tipos lo molestaron diciéndole "sal de aqui chino c..." (o más bien su equivalente en inglés), y que él les aclaró que era norteamericano hasta los huesos antes de, por supuesto, patear sus traseros. Poco después di por finalizada la noche. Hasta el día de hoy me acuerdo con cariño del Lotino barsa que me mostró que si una no pierde el humor, ¡¡pucha que lo pasa bien con los pastelitos!!

10/03/2006

Mi abuela

Mi abuela murió el Lunes a las 12:10 am. Hoy fueron sus funerales, y toda esa parafernalia de la muerte que inevitablemente se le asocia. No puedo evitar estar muy triste, ya que ella era sin duda una de las personas más importantes de mi vida. No puedo evitar llorar con puro pensar que nunca va a tomar a alguno de mis futuros hijos en sus brazos. Era una mujer increíble, de esas que ya no existen. Al lado de ella la Reina Isabel parecía una vieja vendedora de choclos de la feria de Chiguayante. Era la definición de la expresión "toda una dama". Elegantísima, cuiquísima, y a la vez muy sencilla. Nada de ostentaciones. Era de esas mujeres que saben que el valor de las joyas no está en su precio ni en su tamaño, sino que en su buen gusto. En la foto se ve algo de eso, cómo se sentaba derechísima, sin nunca apoyarse en el respaldo, impoluta, sin ninguna mancha en la blusa ni una arruga en la falda. Tuvo que dejar el colegio sin poder terminarlo, debido a unas atroces jaquecas. Pero aún así era una mujer de tremenda cultura. Muy religiosa, es la única católica consecuente que conozco. Se hizo cargo de la ayuda fraterna de su iglesia, y en eso consistía su apostolado. La gente le daba pantalones rotos, camisas desgarradas, a veces incluso calzones manchados de sangre o mierda. Ella los lavaba sin arriscar la nariz, remendaba lo descosido para luego cargarlo en un carrito, caminar varias cuadras cargando ese peso y dárselo a los que lo necesitaban. Una vez una secretaria de la iglesia se aprovechó de eso, tomó esta ropa primorosamente arreglada y la vendió en una tienda de ropa usada. Mi abuela sólo comentó: "Cómo habrá sido la desesperación de esa mujer que tuvo que hacer eso". Dio el capítulo por cerrado y siguió con su labor de hormiga. Caminaba kilómetros bajo la lluvia o el sol, hasta bien poco antes de su muerte, sólo para cobrar los escasísimos pesos que la gente daba para la ayuda fraterna. Ella siempre decía que había que ayudar a ayudar. A la mujer que la cuidó el último tiempo, cuando ya no podía ser tan independiente como siempre fue (nunca tuvo nana mientras tuvo salud, sólo iba una mujer una vez a la semana a hacer algo de aseo y era mi abuela la que le servía el almuerzo), le pagó todos los dividendos que le quedaban. Pero no quiso que se lo dijeran estando ella viva, porque su modestia le impedía recibir la gratitud de la Lidia en vida. Con mi abuelo tuvieron una de esas relaciones que uno cree que sólo existen en las películas. Casados por más de cincuenta años, nunca dejaron de celebrar juntos los 2 de cada mes, recordando el día en que se casaron no cada año, sino que a cada mes de esos 50 años. Ya viejos, una tía los sorprendió bailando en su pieza la canción con la que se enamoraron, muy apretados, cantando bajito, con mi abuelo dándole besitos en su pelo blanco. Siempre estaban tomados de la mano. Cuando murió mi abuelo, mi abuela quizo irse con él. Pero aguantó acá, siempre alegre, aunque claramente echándolo de menos cada día. Al agonizar, en algún momento de lucidez entre largos períodos de inconciencia, dijo que al fin se iba a reunir con mi abuelo. Y se rió, pícara, incluso sonrojada como niñita chica que se va a juntar con el pololo. Esperó que fueran los primeros minutos del 2 de Octubre para morirse, y encontrarse con mi abuelo en uno de sus tantos aniversarios de mes. Yo la vi el día de su muerte. Ya estaba inconsciente hace rato, un pellejito mínimo respirando apenas en una enorme cama. Me acerqué, le di un beso en el pelo y le dije "Abuela, soy la Coté". No sé cómo, pero abrió los ojos, me buscó con la mirada. Sólo fueron algunos segundos. Y esa fue la última vez que despertó. Cerró los ojos y ya no los volvió a abrir nunca más. Su última mirada me la dedicó a mí. Se me fue mi abuela. Los que la vieron morir dicen que se fue en paz, con una suave sonrisa, y aunque suene cliché los que estaban presentes reían contentos de verla partir así, y un suave olor a rosas flotaba en el ambiente a pesar de no haber flores en la casa. Tenía con sus nietos una paciencia y una tolerancia increíbles. Una vez, con una prima, decidimos que los pescaditos dorados de una de mis tías que vivían en una de esas peceras redondas estaban sucios. Así que fuimos a buscar papel confort al baño del primer piso, tomamos el extremo y subimos al segundo donde estaba la pieza de mi tía. Ahí procedimos a enjabonar concienzudamente a los pescaditos, para luego secarlos en papel confort y devolverlos al agua jabonosa de la pecera. A pesar de matar a los pescaditos y dejar confort por toda la casa nunca nos retó. A mí me daba Limón Soda en un diminuto vaso verde que ahora tengo yo. A mi papá, que era una bestia, le regaló una juguera para que pudiera fabricar explosivos. Sí, tal cual. Mi papá llegó a preparar tan buena pólvora y otros explosivos que hizo volar la mitad de un palto del jardín de mi abuela y de paso reventó todas las ventanas del Villa María, que daban a dicho jardín. Pero para mi abuela era más importante que investigara, que creara. Aún a riesgo de la integridad física de los árboles. Y así podría seguir para siempre, contando cómo demostraba su enorme cariño en miles de actos. Pero para no latear demasiado cuento una última anécdota que la retrata de cuerpo entero. Tenía más o menos 70 años, era una señora flaca y vivaz. Caminaba por el Paseo Las Palmas a las tres de la tarde, un día de semana. Dos tipos se le acercaron. Uno la tomó por atrás y le tapó la boca. El otro le trató de quitar la cartera. Ella, una mujer ya mayor y tan flaquita, no soltó nunca la cartera. Tanto así que los tipos, después de forcejear un rato, huyeron a perderse. Y, según me dijo mi abuela "Cuando esos tipos salieron corriendo me dí el gusto de gritarles: ¡¡Imbéciles!!". Y esa fue su máxima expresión de rabia, su única grosería. Abuela, todos los que te conocimos te queremos. Todos los que te queremos nunca te vamos a olvidar, ningún día de nuestras vidas.