7/23/2007

Tongoy, te amo

Estoy aquí, en Tongoy. Mi paraíso personal en esta Tierra. Hay un sol tibio que entra por la ventana, el cielo está azul sin rastro de nubes, el mar brilla justo afuera de la terraza. Ningún otro lugar me hace tan feliz. El olor de este pueblo es único. Afuera cantan los picaflores que vienen a comerse el néctar de las flores del eucaliptus del patio, y el marido de mi mamá grita furioso porque un huairavo hizo nido en ese mismo eucaliptus y le acaba de cagar la chaqueta. Me río, le pido que deje al huairavo tranquilo.


Yo he venido aquí desde chica. Entonces decía que Tongoy era la casa del Sol, porque nunca estaba nublado. Veníamos en familión, los pololos de mis hermanas (actuales maridos) dormían en carpas en el patio, y tenían que echar Tanax alrededor de las carpas. A la mañana siguiente amanecían rodeados de una línea negra de alacranes muertos. Estaba lleno de zancudos y en la Playa Larga había que meterse con chalas al agua para no cortarse con las machas. Con mi papá descubrimos un estero oculto entre las dunas y pescábamos lisas que tenían sabor a barro. Hubo unos cuantos años en los que no pude venir, pero siempre sentí que las verdaderas vacaciones, el verdadero relajo sólo se encontraban aquí. Apenas tuve 18 empecé a venir para acá con mis amigas, ya no dependía de mi familia. Ya no habían alacranes, ni tantos zancudos. Tampoco quedaban machas, y el estero oculto ahora se veía desde la playa y era un conocido humedal. Mucho carrete, amores inolvidables (Hombre Fértil, Tallarín Salsero...). Y me reencontré con este pueblo que sale tan mal en fotos pero que se ve tan lindo. Es extraño: cuando uno saca fotos al pueblo directamente se ve todo tan pobre, tan venido a menos, tan chico. Pero estando ahí parada en medio de las calles polvorientas hay algo en la luz que hace que el pueblo brille. El mar no cabe en ninguna foto, lleno de reflejos plateados que incluso encandilan. Y el cielo es enorme, azulísimo. Hay vida por todos lados. Se adivina la vida oscura de los animales marinos ocultos por apenas un velo de agua, se nota en la cantidad de pájaros en la playa y en los árboles.

La otra noche fuimos al muelle. El agua estaba transparente y se veía clarito un cardúmen de sardinas. Saltaban fuera del agua como flechitas plateadas, reflejando las luces del pueblo. Un pingüino nadaba bajo el agua, fantasmal, como si volara. Incluso vimos una agitación en el cardúmen y luego salió del agua oscura y profunda una sierra bastante grande, que pasó como una lanza y desapareció, seguramente comiéndose una sardina no muy afortunada.

Las vacaciones en Tongoy son realmente vacaciones. El auto queda relegado, y la preocupación del día es ponerse de acuerdo en qué vamos a comer de almuerzo. El único evento es la feria de los Viernes y Lunes. Hay de todo: desde calzones y calzoncillos Gelvin Kelvin hasta Playstations piratas y bototos Gat (sí, Gat...), pasando por las verduras más exquisitas y las cebollas en escabeche. Y lo mejor: mi Señor de los Anillos y sus joyas. Mientras estuve con mi pololo apenas podíamos nos arrancábamos a Tongoy. Yo pensaba que su recuerdo iba a quedar indisolublemente unido a Tongoy, mal que mal en esa península es donde más felices fuimos. Pero no: mi relación con este lugar es exclusiva, no cabe nadie más. Ni siquiera me daba para pensar en él, ni en nadie más. Siempre me da una emoción mezcla de alegría y nostalgia anticipada venir por el camino desde la carretera y ver aparecer la península, preciosa en medio del mar. Con mayor razón ahora, que la nostalgia me pone literalmente la piel de gallina. Tengo la extrañísima sensación de que mi viaje a Francia se va a prolongar, y que estas vacaciones de invierno son mi despedida. Así que me lo gocé. Caminé por la playa buscando conchitas, mojándome los pies. Respiré a fondo el olor dulce de las docas. Me estiré como una lagartija en la arena para exponerme lo más posible al sol. Me di varias vueltas a la isla para grabarme cada centímetro en la memoria. Da lo mismo donde esté y donde vaya, Tongoy es mi lugar más querido. Es aquí donde está la paz para mí.