11/13/2007

Gato

Mi gato es probablemente de las cosas que más echo de menos de Chile. Mi cucho, cuchito, mamífero peludo, felino cuadrúpedo. Lo he tenido desde que tenía 17 años. Un día salí del colegio y me fui caminando a mi casa. En el mítico Roy (la botillería y panadería de la esquina de la Alianza) había un grupo de gente que se acercaba a algo haciendo ruiditos enternecidos, onda ¡¡awwwwww!! Pero cuando ya estaban bien cerca se alejaban haciendo muecas de asco. Fui a ver qué era, y ahí en el suelo había un gatito precioso, peludo, blanquito entero, de ojitos amarillos y orejas rosadas. Tenía un collar antipulgas también rosado. Pero al mirarlo mejor vi por qué la gente se alejaba asqueada. El pobre cuchito tenía una diarrea de los mil demonios, tenía las patas traseras y la cola totalmente peladas por la misma diarrea ácida, y los pelos alrededor pegoteados de mierda. El ano estaba tan inflamado que salía hacia afuera, como dado vuelta. Y el gato estaba tan deshidratado que tenía ojeras, pliegues profundos de piel bajo los ojos. Miraba con ansiedad al que se acercara, maullando, como pidiendo auxilio. Así que lo tomé (un poco de lejitos, igual olía a rayos) y me lo llevé en brazos a mi casa. Mi mamá casi me mata cuando vio que venía con un animal: nuestro departamento no era tan grande, y un animal siempre es un cacho. Pedí por favor que me dejaran tenerlo hasta que se mejorara, lo llevé al veterinario, le di sus antibióticos, etc. Pero cuando se mejoró, ya nadie sugirió siquiera echarlo a la calle. Se puso precioso: tenía una cola peludísima, y un collar de pelos largos que parecían melena. Lo bauticé Gato, porque en algún lugar leí de alguien que nombraba así a su gato, total igual no venía cuando lo llamaban por su nombre.

Cuando creció no lo quise castrar, me daba pena. Resultó ser una pésima idea: el Gato no podía salir, vivíamos en un cuarto piso (y luego en un piso 13). Y con las turbulencias de la adolescencia el Gato se puso maniático. Mi peluche de leopardo fue violado en múltiples ocasiones. Pero lo peor vino cuando tenía dos años: le dio por atacar a los niños. La hija de una amiga de mi mamá, de 6 años, lo empezó a perseguir en cuatro patas, maullando. El Gato se le echó encima y casi no le dejó cara. La niñita terminó en la clínica, ensangrentada hasta los tobillos. Después de eso el Gato trató de atacar a mi sobrina (de dos añitos en esa época). Ahí yo lo contuve aplastándolo contra el suelo, y me mordió fuertísimo. Todavía tengo la cicatriz.

La consecuencia lógica fue castrarlo. Esperábamos que la falta de testosterona lo pacificara. Algo de eso pasó, pero no 100%. Una vez atacó a mi amiga Witch, que lo tuvo que sacar de la pieza a cojinazos.

El Gato siempre ha estado conmigo, hemos desarrollado una relación bastante cercana. En invierno dormíamos abrazados. Él rasguñaba las sábanas hasta que yo lo dejaba entrar, se estiraba a lo largo de mi cuerpo y pasaba una pata por arriba mío, usando mi hombro o mi brazo de almohada. Se dejaba bañar por mí (con los pelos mojados parecía una asquerosa lombriz rosada), yo lo usaba de almohada a veces, me lo colgaba del cuello como una bufanda, le mordía las orejas… Él se echaba arriba de cualquier cosa que yo estuviera leyendo, dormía arriba mío, me ponía la pata despacito en la cara mientras me miraba fijo. Cuando me puse a vivir con mi pololo de la época, le advertí que en jerarquía el Gato pasaba primero. A él no le gustaban los gatos, pero se encariñó con él, tanto que me ofreció cuidármelo cuando me vine a Paris. Y eso que alegaba siempre porque andaba lleno de pelos blancos. Una vez se estaba duchando y gritó:”¡¡tengo pelos de gato hasta en la corneta!!!” Y lo peor es que era cierto…

El Gato no es cualquier gato. Maúlla para que le den agua en la tina, un chorrito delgado pero continuo. Y si no, no toma agua. Odia la comida Whiskas, no le gusta la comida de humano (yo comía con él ovillado en mi falda, y ni siquiera trataba de meter la nariz en mi plato) pero le gusta comer aceitunas y zanahorias. A veces ve fantasmas, se eriza y bufa en contra de algo invisible, y después se escapa corriendo (dejándome a mí en un estado de paranoia increíble y al borde del infarto). Se come los elásticos, hilachas y cintas de regalo. Y después caga los mojones hilados como un collar.

Cuando ya mi viaje fue una realidad, muchas veces me puse a llorar de puro mirar a mi gato ronroneando al lado mío. Fue lejos lo que más me dolió dejar. Total, con mi familia y amigos puedo hablar, mandar mails, chatear… Pero él está lejos de mi alcance. Mi mamá se lo llevó a vivir a Tongoy. Al parecer está contento. Sale al patio, se junta con otros gatos… Por primera vez en sus once años vive como un gato. Huele las flores, persigue pájaros. Duerme a veces arriba de una frazada que era mía, y la huele por mucho rato. Supongo que en su mente de gato me echa de menos, a su manera. Yo acá a veces me despierto en la noche y estiro las piernas, lo busco en mi cama. Pero ya no lo encuentro.

2 comentarios:

Tuccini dijo...

Es increible como uno se encariña con los animales anque no lo quiera. si hasta yo he logrado tomarle cariño a mi hermana.
Creo que la descripción de los detalles de como lo encontraste estaba de más (no leo nunca mas los blogs mientras como)
He vuelto
Un beso

Mishca dijo...

AHH! que nostalgia de mi gata que no pudo venir conmigo a vivir acá, no sabes como te entiendo cuando dices que lo mas difícil de dejar es al gato, por que aunque a veces lo escucho y le hablo por teléfono nada se comprara a poder frotarle la panza.