10/08/2007

Polaroids del viaje

El día de mi partida estaba muerta de angustia. Pero por suerte para mí, el hombre que me acompañaba logró tranquilizarme. “Eché todas tus gotas en tu cartera”, me dijo. Y supe que de alguna manera todo estaba bien, que en ese minuto él estaba a cargo. Y pude llorar un ratito escondida en su cuello.



Cerca de Notre Dame hay una placita escondida, con flores, pasto y árboles altos. Miro a una gaviota que se comporta de manera extraña. Cerca de mí hay un hombre joven, vestido con ropas sueltas de algodón violeta. Está rapado a excepción de un penacho sobre el cráneo. Juega con una bola de vidrio, trata de pasársela de una mano a otra. No le resulta mucho, se pone nervioso cuando lo miro, se apura y la bola se le cae una y otra vez. Pero hay algunos pequeños momentos en que lo logra, y la bola transparente parece flotar, se transforma en burbuja frágil, apenas rozada por sus dedos finos.



Con Barbaridad comemos en un restaurant griego. Un ratón chiquitito corre entre las mesas. Es apenas una manchita en las baldosas. Se esconde debajo de la base de una mesa y asoma su hociquito nervioso, sin atreverse siquiera a sacar la cabeza completa. Me dan ganas de darle un pedazo de mi kebab, pero decido que no es una buena idea.



Paseo por el Jardin des Tuileries. Me quedo mirando a una gaviota que nada cerca de la orilla de la fuente. Una pareja le tira pedazos de pan, pero ella no se atreve a acercarse tanto, y mira el pan con desconfianza. Del fondo del agua turbia suben unos peces enormes, blanquecinos, completamente inesperados. Agitan la superficie y se comen todo el pan. La gaviota parece desilusionada.



Caminando frente a la Préfecture veo varias tiendas de plantas. Hay orquídeas de muchas variedades, y plantas carnívoras, mucho más chicas de lo que yo imaginaba. Me entretengo rozando las hojas de la sensitiva para ver cómo se repliegan sobre sí mismas, y tocando con el tallo de una hoja el frágil interior de una planta carnívora para verla cerrarse con cierta violencia. Todo clandestino, si el dueño de la tienda me ve me expongo a un reto en francés.



Con la Chasca recorremos el Marché aux Puces. En una casa vieja, cubierta de hiedras, hay animales embalsamados. Una jirafa mira con ojos fijos, recostada sobre su flanco. A su lado, en una cercanía imposible en la naturaleza, descansa un león con la melena un poco apolillada. Un oso polar nos amenaza convertido en alfombra, y su primo el oso pardo también trata de hacer lo mismo, pero como la alfombra está doblada el efecto no es muy parecido. Un zorro ártico parece dormir entre la nieve, con el hocico cubierto por su cola peluda. Un visón parece estar a punto de saltar arriba de uno de los sillones. Detrás de todos los animales hay una réplica de cráneo de Tiranosaurio. Varios lémures están fijos como si los hubieran congelado en medio de una carrera, sus caras expresando una eterna sorpresa de primate.



En la Ciudad Luz, cuando es de noche, no se ven las estrellas.